"Un
proceso de adopción no es fácil. Todo lo contrario... es largo, difícil
y duro. La espera se hace casi infinita y estoy segura de que en esa
espera, a los padres se les aparecen todos los fantasmas habidos y por
haber. Dudas, miedos, sentimientos de si es una buena opción, de si
sabrán ser padres, de si querrán a su hijo, de como lo educarán, del
proceso de integración en el núcleo familiar; y, sobretodo, imagino que
se plantearán las preguntas: ¿Le debemos decir que es adoptado?; ¿Cómo
se lo decimos?; ¿Cuándo se lo decimos?
"Son preguntas muy difíciles, pero para las cuales los padres deben
prepararse porque van a tener que tomar decisiones y en algún momento se
enfrentaran a esa realidad. Cuando los hijos llegan a su nuevo hogar,
los padres deben estar felices... Está claro que siempre existen miedos
de si lo que se hace es lo mejor o lo correcto. Esas son dudas tanto de
los padres biológicos como adoptivos. Así que ese punto no es un
problema.
"Para mi la palabra naturalidad es la clave. Y por mi experiencia
personal la tendencia de todos los padres adoptivos es la
hipersobreprotección. Gran error!, pero los padres a priori no son
conscientes de ello. Lo ven como algo normal, algo que deben hacer. Su
hijo/a acaba de llegar a un entorno desconocido, en el que puede
sentirse "agredido" por algún agente externo (familiares, amigos,
vecinos, compañeros de colegio, etcétera); y eso lo deben evitar a toda
costa.
"Desde un principio el niño/a adoptado debe conocer la verdad. Debe
vivir su propia realidad. Vivir plenamente integrado en su familia
conociendo cual es su procedencia real. El niño debe saber que es
adoptado desde el primer momento; eso sí, hay que hablar del tema con
naturalidad y explicarle las cosas haciendo uso de un vocabulario
adecuado a la madurez mental del niño.
"Evidentemente, a medida que el niño crece, surgirán nuevas
preguntas. Tendrá dudas. Querrá escuchar de nuevo su historia, etcétera.
Si se da esa situación, hay que dar todas las explicaciones necesarias.
No hay que huir, ni taparlo y mucho menos evitarlo. Este tema debe ser
tratado en el seno de la familia como cualquier otro que genere
inquietud a cualquiera de sus miembros. Ya sea algo de salud, de
educación sexual, etcétera.
"Las no verdades son tan perjudiciales como las mentiras. No decir la
verdad es como vivir enjaulado. Los padres vivirán toda la vida con
miedo y harán lo posible para mantener a su hijo alejado de cualquier
fuente de 'contaminación', entendiendo esto como alejarlo de entornos y
personas que puedan delatar su secreto. O pedirán a la familia que hagan
un pacto de silencio. Y eso no es más que vivir las 24 horas que tiene
cada dia con el corazón en un puño; y al final de la vida eso pasa
factura.
"Las mentiras no sirven de nada. Y por un motivo u otro, tarde o
temprano, todo sale a la luz. El saber la verdad desde el primer momento
evitará un posterior sufrimiento a padres e hijos; y, si eso se puede
evitar, ¿Por qué no es ese el mejor motivo para vivir la verdad desde el
primer día?
"Cierto es que cada persona es un mundo, al igual que cada familia
tiene unos patrones de funcionamiento, pero en este caso en concreto
defiendo a ultranza y sobretodo, el hecho de poner la verdad por
delante. En mi caso en particular conocer la noticia a través de
terceros cuando mis padres estaban muertos fue un golpe bastante duro.
En segundo lugar fue casi mas duro el hecho de ya no tener a mis padres
para resolver todos mis interrogantes.
"Finalmente, se apoderó de mi el sentimiento de haber vivido 33 años en
una mentira y salir de ahí me costó varios años. Al sentimiento de la
mentira se unió la pregunta recurrente ¿Por qué no me lo han dicho? Eso
me generó un dolor profundo, de esos que desgarran el alma, aunque
parezca exagerado. Me ha costado mucho superar este obstáculo. Me ha
costado mucho aceptar esta situación, me ha costado perdonar a mis
padres, pero creo que hoy puedo decir que la situación ya está aceptada;
y colocada en mi estructura interior. Aunque también reconozco que no
está superada al ciento por ciento. Soy capaz de hablar abiertamente del
tema, si alguien lo pone sobre la mesa, pero no seré yo la que en un
momento dado pueda explicar mi situación personal.
"Ser adoptado, a ojos de la sociedad, es todavía como si llevaras una
etiqueta. Es como si formaras parte de algún colectivo social
diferente, casi estigmatizado. Tal y como puede ser el de religiones,
tendencias sexuales etcétera. Donde vivo, a pesar de la diversidad
cultural en la que estamos inmersos, el hecho de ser adoptado es todavía
algo que genera reticencias. Hay gente que lo ve como un colectivo
social diferente. Y ante eso solo puedo decir que la gente que piensa
así, es porque desconoce totalmente el tema, porque le da miedo lo que
no conoce; y no se molesta en informarse o en vivirlo con la naturalidad
que se merece.
"Para mi, ser adoptado, es lo mismo que ser alto, rubio, bombero, o
ruso. Es una característica de una persona y nada más. Desde que supe la
noticia hasta la fecha han pasado 12 años. Y en todo este tiempo han
pasado muchas cosas en relación a ello. Ha sido mucha la gente con la
que he mantenido contacto y que me ha ayudado muchísimo a entender y a
aceptar. En ese recorrido he tenido que recurrir a la ayuda de
profesionales, a los que les agradezco enormemente su visión y su
acompañamiento en mi proceso.
"Y la cereza a mi pastel es que tengo dos sobrinas adoptadas. Y en
el caso de una de ellas, fui a conocerla para volver a casa con ella a
su país de origen; y eso me permitió sanar mi herida, pues pude vivir el
proceso de adopción desde el punto de vista de los padres y desde
fuera. Fue maravilloso. Y esa niña es la niña de mis ojos, hasta el
punto que soy su tutora legal en caso de que pudiera pasarle algo a sus
padres.
"Con todo lo dicho, solo puedo añadir que independientemente de mis
orígenes, yo soy lo que soy, aquí y ahora y en cualquier parte del
mundo; y eso no lo cambia nada. Estoy contenta de ser quien soy. Y solo
puedo decir, como la canción "Gracias a la vida que me ha dado tanto".